La insurrección de 1909 Un aniversario olvidado. Andreu Nin, 1933
Como obedeciendo a una consigna, la prensa republicana y socialista ha
dejado pasar unánimemente en silencio el aniversario del levantamiento
de 1909.
Sin embargo, los acontecimientos que se produjeron en nuestro país en
la última semana de julio del año mencionado merecen ser recordados por
las lecciones que encierran y por la enorme influencia que ejercieron
en el desarrollo del proceso revolucionario. Bastará señalar, como
índice de la importancia de aquel movimiento, que, a partir de 1909, se
interrumpió el ‘turno pacífico» de los dos partidos dinásticos que
constituía el eje del mecanismo político de la monarquía desde la
Restauración y se agravó profundamente la crisis del régimen. La España
feudal dio un crujido que hizo tambalear el trono.
Sin el 1909 no habría sido posible el 1917 ni el 1931. Al menos por
gratitud, los que tan fácilmente conquistaron el poder hace dos años y
medio no deberían olvidar a los que con su gesto heroico les allanaron
el camino.
Recapitulemos ante todo y brevemente los hechos que marcan la
iniciación de los que varios años después terminaron con la monarquía
de Alfonso XIII.
La guerra de Marruecos, profundamente impopular, provoca un profundo
descontento entre las masas trabajadoras. A principios de julio, el
descontento toma formas violentas. Surge la protesta airada en todos
los ámbitos del país: en mítines y manifestaciones tumultuosas, durante
las cuales son frecuentes las colisiones con la fuerza pública, las
masas populares claman su indignación contra la política del gobierno.
La movilización de los reservistas es la gota que hace rebosar el vaso.
La protesta toma proporciones amenazadoras. En distintos puntos de
España se producen graves desórdenes en el momento de embarcar las
tropas.
La atmósfera está terriblemente caldeada. Las protestas esporádicas de
las primeras semanas se convierten en un imponente movimiento, de
carácter netamente antimonárquico. La opinión popular del país atribuía
toda la responsabilidad de la criminal e insensata aventura a Alfonso
de Borbón, instrumento interesado de un puñado de capitalistas.
El 26 de julio estalla en Cataluña la huelga general, declarada por la
Confederación Regional de Sindicatos "Solidaridad Obrera». El
movimiento, que desde los primeros momentos toma un carácter netamente
revolucionario, es secundado con admirable unanimidad. Sólo los
tranviarios de Barcelona, tradicionalmente reacios a la solidaridad con
los demás trabajadores, ofrecen cierta resistencia a sumarse a la
huelga; pero la resistencia es fácilmente vencida, aunque cuesta
algunas víctimas. Los tranvías que salen de las cocheras en la mañana
del 26 son tiroteados por los obreros y convertidos en las primeras
barricadas.
Pocas horas después de haber empezado, la huelga general se transforma
en insurrección, que las autoridades se ven impotentes para sofocar.
Los soldados se niegan a hacer fuego y en muchos puntos fraternizan
abiertamente con los revolucionarios. Las fuerzas de la guardia civil y
de la policía son a todas luces insuficientes para repeler el impetuoso
ataque de las masas. Durante dos o tres días los insurgentes son dueños
absolutos de la situación, tanto en Barcelona como en el resto de
Cataluña, por la cual se extendió el movimiento como un reguero de
pólvora.
¿Qué formas concretas tomó la insurrección? En Barcelona, los
revolucionarios, al mismo tiempo que luchaban con la fuerza pública,
pegaban fuego a conventos e iglesias. En el resto de Cataluña, en
muchas poblaciones se limitaban a impedir, con las armas en la mano, la
salida de los reservistas; en otras, destituían a las autoridades y
proclamaban la República. Claro está que si en Barcelona, que es la que
da la pauta, el levantamiento hubiera tomado formas más concretas,
persiguiendo desde su iniciación objetivos bien definidos, las demás
poblaciones catalanas hubieran seguido inevitablemente su ejemplo.
Pero los obreros barceloneses, sin una organización o un partido
político que les orientara, se vieron desamparados y concentraron su
furor en los conventos y las iglesias, personificación tangible, a sus
ojos, de la reacción. La organización obrera, después de haber
declarado la huelga general, creía haber cumplido ya con su misión.
Ahora, según ella, eran los partidos republicanos los que debían entrar
en acción y canalizar el movimiento en el sentido de la lucha decisiva
contra la monarquía. Pero en vano los delegados del comité de huelga,
único organismo directivo del movimiento, visitaron a los líderes
republicanos para solicitarles se pusieran al frente de la
insurrección. Unos habían desaparecido, otros se escondían en el
desván, otros se los echaban de encima a cajas destempladas. A la hora
de las responsabilidades, todos se volvían atrás.
Entretanto, ¿qué ocurría en el resto del país? La Cierva, ministro de
la Gobernación, lanzaba maquiavélicamente la versión de que el
movimiento era separatista; la Unión General de Trabajadores y el
partido socialista adoptaban una actitud pasiva. Como resultado de
ello, el levantamiento quedó aislado, el gobierno tuvo la posibilidad
de mandar considerables refuerzos a Cataluña y de actuar eficazmente,
aplastando la insurrección en ese momento crítico en que la resolución
con que obren las fuerzas en presencia decide del resultado de la
lucha. Las detenciones en masa, la clausura de todos los sindicatos y
entidades de carácter obrero, sin excluir los ateneos; las monstruosas
condenas de los consejos de guerra y los fusilamientos en Montjuich
fueron el coronamiento de aquellos sucesos que han pasado a la
historia con el nombre de «semana trágica».
De aquella memorable insurrección, que constituye una de las etapas más
importantes de la historia de la revolución española, se desprenden
algunas lecciones, que es necesario señalar:
1ª Ya desde la iniciación del proceso revolucionario es la clase obrera
la que desempeña un papel predominante en el mismo; los acontecimientos
de los años posteriores no hacen más que confirmar irrebatiblemente
esta afirmación.
2.ª Por no tener una política propia, la clase obrera de nuestro país,
en los momentos decisivos, se libra a acciones estériles, esporádicas y
carentes de orientaciones, o se ve obligada a hacer la política de otra
clase.
3ª Los partidos republicanos, por miedo a la acción de las masas
populares, por miedo a la revolución propiamente dicha, le vuelven la
espalda en el momento en que muestra su verdadera faz. Les es más grato
ver los fusiles en las manos de la guardia civil que en las de los
trabajadores.
4ª Sin la coordinación, mediante una organización rigurosamente
centralizada, de la acción de los trabajadores de toda España, la
derrota del proletariado es inevitable.
5ª Finalmente, la lección fundamental que se desprende de los
acontecimientos de 1909 y de todos los que han caracterizado el
desarrollo de la revolución española, es que la clase trabajadora no
tiene más que un camino de salud:
romper todo contacto, directo o indirecto, con las fuerzas políticas
burguesas y pequeño burguesas y organizarse en un potente partido
revolucionario de clase, sin el cual será totalmente imposible su
liberación.
Desgraciadamente, la mayoría del proletariado español no ha sabido
aprovechar todavía las lecciones de la experiencia histórica y sigue
dando tumbos entre la democracia pequeñoburguesa y el castrador
reformismo socialista, de una parte, y el putschismo histérico del
anarquismo, por otra.
No ocurre lo mismo con la burguesía, que comprende perfectamente el
sentido de los acontecimientos revolucionarios pasados. Por esto su
silencio alrededor de la insurrección de 1909 no tiene nada de casual.
Revista Comunismo, n.° 27, agosto de 1933.