Editorial

LAS TAREAS DEL MOMENTO

La derrota del PP no se ha traducido en un avance en la correlación de fuerzas

Cumplido un año de la derrota electoral del PP se ha de constatar que, ésta, no resultó en un impulso a las movilizaciones que, desde diversos sectores de la clase obrera, desde la juventud y desde amplias masas de las clases medias, exigían una centralización política para desarrollar todo su potencial de ‘cambio social’; es decir: para traducirse en conquistas sociales, económicas y políticas.

Zapatero pudo conformar un gobierno que satisficiera plenamente las necesidades del gran capital. Para ello contó con la inestimable colaboración de los dirigentes estalinistas en reconversión, IU, y de los de los partidos nacionalistas burgueses catalán, particularmente, pero también gallego. A este llamamiento a la colaboración no faltaron, tampoco, las cúpulas sindicales de UGT y CCOO.

Dejando de lado teorías mecanicistas (como, por ejemplo, la de los ‘ciclos electorales’) es necesario, desde el campo de los revolucionarios, abordar un análisis que, explicando el porqué de esta falta de aprovechamiento por las masas de su propia victoria sobre el PP, ayude a articular los elementos políticos

que sirvan para construir una orientación política correcta para enfrentar lo que se va perfilando ya como una nueva fase en la lucha política por la liberación de la opresión y la explotación. Partimos de la constatación de que, con la conformación del PP como partido burgués hegemónico en la filas de la representación política burguesa directa y su triunfo electoral, el gran capital español logró un significativo avance traducido en una correlación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado decantada a favor de aquella.

La colaboración de las cúpulas sindicales y de los dirigentes estalinistas y pequeñoburgueses radicales no explica la actual situación ya que esta colaboración también se dio bajo el primer, y sucesivos, gobiernos de Felipe González. Siendo esta colaboración el resultado de la degeneración de los partidos obrero-burgueses (PSOE y PCE), convertidos en los instrumentos de los agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, y de la prosecución de la política reformistas sindical, tampoco este hecho es suficiente para explicar el actual momento político de la clase obrera y de la juventud.

Diferencias entre los primeros gobierno de González y Zapatero

Las diferencias más significativas entre los gobiernos de Felipe González y el gobierno Zapatero son varias. En el nivel de las representaciones políticas, el triunfo electoral del PSOE dirigido por González estuvo acompañado (y, en relación dialéctica, fue producto) de una profunda crisis de las representaciones directas de la burguesía, de los llamados ‘partidos de la derecha’. Al mismo tiempo, el estalinismo (PCE) colaborador con la socialdemocracia de González levantaba en aquellos momentos expectativas políticas muy fuertes que le obligaban a situarse en ciertas posiciones de ‘oposición’. Expectativas que aún eran más fuertes, incluso, entre las mismas filas del partido socialdemócrata (PSOE) produciendo corrientes y reagrupamientos políticos que, de hecho, representaban una ‘oposición’ política a los gobiernos de González más poderosa que la del aparato estalinista.

Esta realidad, que afectaba a los partidos políticos, era el producto, deformado al igual que el resultado electoral, de la situación económico-social. La oleada revolucionaria del 68 rompía aún sus últimas olas en la playa de la movilización social española. La crisis económica de los setenta, chocando con estos últimos impulsos del 68, provocaba numerosas movilizaciones de defensa de múltiples sectores de la clase obrera y llevaba a una amplia mayoría de las clases medias a buscar la forma de unir sus luchas con las de aquella. Por su parte, el movimiento estudiantil, forjado en la lucha contra el franquismo, recibía la influencia combinada de las luchas de los sectores obreros y de las clases medias y, a su vez, era un componente punta de la movilización de estas últimas contra la crisis económica que hacía estragos en las capas más bajas de la clase media. Las movilizaciones obreras se producían sobre la firme base sociológica de grandes plantillas en las fábricas del metal, textil y en la construcción y de plantillas medias en otros sectores, como el de la madera por ejemplo. En la administración pública y en la sanidad, la irrupción de sectores de considerable peso numérico y briosa juventud, en lucha por asegurarse un puesto de trabajo en condiciones dignas, actuaba como un potente aliado de los sectores obreros en lucha, cuando no era la mecha que amenazaba con generalizar estas luchas. La enorme movilización que había obligado a que la monarquía impuesta por Franco tuviera que pasar por el aro de una Constitución, exigía, en el plano político, la traducción de sus victorias parciales en una completa victoria política. La derrota parcial del proyecto continuista franquista (la monarquía restaurada) y las victorias políticas parciales que las masas impusieron en la Constitución del 78 (libertades sindical, política y de prensa; ‘reconocimiento’ de la cuestión nacional) alimentaron, durante más de una década aún, las ilusiones de las masas (por más contaminadas del ‘democratismo burgués’ que estas estuvieran) en que un verdadero cambio político era posible y, también, un cambio social y que, por tanto, la destrucción de la opresión y de la explotación del hombre por el hombre estaba al alcance de la mano.

Tras 25 años de vigencia de la Constitución del 78. Tras el pleno desarrollo de la ‘transición democrática’, la derrota electoral del PP no ha producido una crisis en este partido ni, tampoco, ha sido el producto de un resquebrajamiento de esta representación directa de la burguesía. Los casi diez millones de votos del PP están demostrando ser un buen colchón para amortiguar la caída del gobierno de Aznar mientras que, por su parte, los prácticamente once millones de votos del PSOE muestran su provisionalidad a través de la capacidad que ERC e IU tienen para negociar componendas (a pesar de la futilidad de los votos a IU y de la precariedad de los ochocientos mil a ERC). Esta es la diferencia más significativa en el plano de las representaciones políticas. La realidad social, económica y política que, deformadamente, representan éstas muestra, también, serias diferencias con la que expresaban los primeros gobiernos de González.

Si, entonces, la oleada revolucionaria del 68 estaba alimentada por fuertes tendencias hacia la revolución política en los estados obreros, degenerados o deformados, (revolución que hubiera abierto a nivel internacional de nuevo enormes posibilidades de desarrollo de la revolución permanente), en estos momentos, la clase obrera deglute aún el amargo bocado de la destrucción de los primeros estados obreros, especialmente Rusia, a causa de la derrota de aquella a manos del imperialismo y de sus agentes estalinistas (ahora reconvertidos en ‘nueva burguesía’ compradora). La clase obrera basa sus dispersas movilizaciones sobre una realidad sociológica de

atomización, si no completa destrucción, de las plantillas de las grandes empresas del metal, textil y construcción con el cortejo de una aguda precarización en las capas más jóvenes de los trabajadores y trabajadoras de la administración pública y la sanidad pareja a un avanzado envejecimiento y adocenamiento de las capas que salvan sus contratos indefinidos. Las clases medias no se han visto afectadas por la última crisis económica de forma tan aguda como en los setenta y han salido de ella, por más coyunturalmente que sea, con patrimonios bolsísticos e inmobiliarios revalorizados que actúan como un potente opio que las sume en la paralización política para despertarlas, si acaso, en medio del sopor pacifista (como se está demostrando que ocurrió en las movilizaciones contra la intervención en Irak). El movimiento juvenil estudiantil no puede escapar de la influencia de todos estos factores mientras que la profunda división, que la política de colaboración de las cúpulas sindicales ha introducido en el seno de las plantillas en los lugares de producción, que afecta a casi todos los sectores sociológicos de la clase obrera cierra el camino a la movilización de sus filas juveniles obstruyendo su autoorganización (por más concentradas que se encuentren en los polígonos industriales de subcontratas o parques de proveedores de las grandes empresas) y dificultando su sindicalización y la misma acción dentro de los sindicatos si llegan a afiliarse. Coronando y alimentando esta realidad, reina la desilusión y desarraigo políticos sólo quebrados por algún momentáneo aliento de recuperación; desarraigo y desilusión justificados subjetivamente y producto objetivo de las reiteradas traiciones que las masas han sufrido durante estos 25 años por parte de las direcciones de las organizaciones que ellas mismas construyeron.

Por todo ello, el Gobierno Zapatero (más exactamente Zapatero-Solbes-Bono) puede rehacer el desarrollo de las políticas antiobreras de los gobiernos del Sr. Aznar sin verse obstaculizado por movilizaciones espontáneas de las masas, bien sean defensivas bien sean ofensivas (basadas en expectativas a raíz de la derrota de la ‘derecha’). Todos los ‘problemas’ inmediatos a los que se está enfrentando este gobierno quedan circunscritos al campo de las componendas entre las diversas fracciones de la burguesía que cobija el marco constitucional monárquico español.

Las tareas de la clase obrera y la juventud y los instrumentos con que cuentan

La clase obrera y la juventud, sin embargo, tarde o temprano habrán de reaccionar ya sea espontáneamente ya se deformadamente a través de las organizaciones sindicales que se vean obligadas a convocatorias preventivas de división y desmovilización. Además del recurso básico, y democrático por excelencia, de la autoorganización con que cuenta la clase y la juventud para instrumentar sus movilizaciones espontáneas de cara a la próxima fase de la lucha de clases será inevitable que, de nuevo, recurra a las organizaciones ‘tradicionales’ creadas por ella como la socialdemócrata (PSOE), la estalinista en reconversión (IU) y los sindicatos (UGT y CCOO) mayoritariamente; más aún teniendo en cuenta la práctica destrucción y asimilación de todas las corrientes a la ‘izquierda’ de estas organizaciones.

Los partidos ‘tradicionales’ (PSOE y IU ex PCE) construidos en su momento por la clase como partidos obreros ya mostraban desde sus inicios cómo la burguesía era capaz de infiltrarlos y convertir a sus dirigentes en sus agentes en el seno del movimiento obrero. La composición sociológica del PSOE y de IU (ex PCE) ha evolucionado durante estos veinticinco años de forma que el peso relativo de la juventud y de la clase obrera ha caído casi a mínimos porcentuales (por más que, en el caso de la juventud, haya aumentado su presencia como teloneros tras los ponentes en los mítines prefabricados); por otra parte, son ya escasísimos (si no inexistentes) los obreros (incluso los provenientes de la aristocracia obrera) que ‘hacen carrera’ en sus aparatos. La burocracia de estos partidos y su fracción parlamentaria (estatal, autonómica y municipal) están formadas abrumadoramente por miembros que provienen directamente de las clases medias, si no de la alta burguesía. La enorme dependencia económica del estado que tienen los sindicatos también se traduce en una aceleración de la tendencia a asimilar, directamente, a miembros de las clases medias en su burocracia, dejando las migajas (entre ellas las de las ‘horas sindicales’) a los obreros que buscan hacer carrera como ‘liberados’ profesionales (liberados de las condiciones de vida de un obrero, se entiende). En cuanto a todo el arco iris de pequeños partidos y grupúsculos a la ‘izquierda’ de la socialdemocracia y del estalinismo en estos momentos ha desparecido prácticamente de la arena política bien porque sus estas organizaciones se han integrado en el proyecto de reconversión estalinista (IU), bien porque amplias franjas de sus militantes han sido asimiladas por la
socialdemocracia o bien porque, simplemente, sus militantes más consecuentes han caído en el desánimo y se han retirado de la primera línea de la lucha.

¿Se ha producido un cambio cualitativo en los partidos obrero-burgueses que justifique hablar de un salto cualitativo que nos lleve a una nueva caracterización de ellos? Para responder a esta cuestión no sólo es necesario tener en cuenta la dialéctica interna en estas organizaciones sino también la dialéctica externa a ellas, es decir: el movimiento de la sociedad en su conjunto. Y, teniendo en cuenta estos dos enfoques, salta a la vista que estos partidos siguen cumpliendo la función de instrumentos de la lucha obrera y juvenil contra la burguesía. No sólo es que sean los únicos instrumentos que, sobretodo en el plano electoral, tiene la clase obrera y la juventud para enfrentarse a los partidos burgueses. Si se tratara de este aspecto únicamente estaríamos ante un caso parecido al del Partido Demócrata de EEUU. Es que, además, son partidos creados por la clase obrera y cuya razón de ser históricamente se sustenta en este hecho. En el caso de IU (PCE) se trata de una organización creada directamente por la burocracia estalinista del Kremlin (el caso del PCE fue especialmente claro), con la función de ser agente (franquiciado por el Kremlin) del imperialismo en el seno del movimiento obrero y, la destrucción del estado obrero degenerado marca su actual proceso de reconversión como marcó el estallido del PCE. La clase obrera ha sido incapaz de crear otra organización que suplante estas viejas organizaciones convertidas en instrumentos indirectos de la burguesía. La construcción del Partido Obrero Revolucionario continua siendo una tarea pendiente.

Las tareas de los revolucionarios: discusión programática y política de masas

La enorme debilidad política y sociológica de las corrientes y grupos que nos reclamamos como revolucionarios, que pugnamos por construir organizaciones que respondan a las necesidades de la clase obrera y la juventud, dificulta en gran manera en estos momentos el proceso de reagrupamiento militante para enfrentar la construcción de este partido obrero revolucionario, partido que es indispensable para garantizar el triunfo de la lucha contra la opresión y explotación, triunfo que requerirá la ineludible preparación y ejecución de la insurrección y la toma del poder por el proletariado (como la teoría y la experiencia histórica demuestran).

¿Qué hacer en estas condiciones? ¿Cómo enfrentar las políticas burguesas del Gobierno Zapatero-Solbes-Bono? No hay otro camino más que el de la persistente actividad propagandística y de intervención en la medida en que la implantación lo permiten. Por una parte, dada nuestra escasa implantación, se impone la necesidad de entrar en una etapa de propaganda del marxismo, tarea que se enfrenta a las carencias y precariedad de medios de comunicación (prensa, editoriales) y a la contaminación de la palabra marxismo por el estalinismo y el centrismo seudotrotskysta (casi perdida ya en la memoria colectiva la corrupción que del término hizo la socialdemocracia). Pero para romper el aislamiento y la precariedad, que dificultan estas tareas de propaganda, no hay otro camino que el de la intervención en las luchas de la clase y la juventud; intervención directa de los escasos militantes e intervención política que sólo puede vehiculizarse a través de la agitación política. Esta intervención es aún más necesaria teniendo en cuenta que el marxismo es un instrumento vivo y que el método materialista de análisis obliga a beber directamente del movimiento social, es decir: es indispensable para el desarrollo de la tarea propagandística.

Propaganda marxista, intervención y agitación deben, pues, articularse de forma que hagan posible romper el aislamiento y la atomización. Estas tareas sólo pueden lograr estos objetivos mediante dos instrumentos medulares: la discusión programática entre los revolucionarios y la articulación por éstos de una agitación política dirigida a las más amplias masas, al conjunto del proletariado y de la juventud. Priorizar cualquiera de estos dos instrumentos en detrimento del otro sólo puede repercutir en estancar el movimiento y, por tanto, en un desarrollo incorrecto de cualquiera de ellos tomado aisladamente. Por otra parte, lanzarse a aventuras teóricas que sobrepasen la capacidad política o reducir la intervención política a segmentos aislados de la clase obrera (por más que se expresen en formas y lenguajes ‘radicales’), si es un atajo lo es hacia el precipicio de la destrucción política. No hay atajos y el camino es difícil, pero no hay otro camino hacia la revolución proletaria, hacia el socialismo.Basarse en la teoría revolucionaria acumulada por el marxismo, desarrollarla en la medida de las posibilidades políticas y en función de la interacción entre práctica y teoría se traduce, pues, en el esfuerzo por plasmar la discusión programática entre revolucionarios en posicionamientos políticos que permitan establecer el nexo entre las consignas transitorias y los instrumentos organizativos con los que, ahora y aquí, cuentan la clase obrera y la juventud. Para el Grupo Germinal esta tarea combinada requiere mantenerse en el marco de las adquisiciones teóricas y prácticas (estratégicas y tácticas) de las I, II, III y IV internacionales mientras consiguieron escapar a la corrupción burguesa y traducirlas en un política orientada hacia las posibilidades de la clase, hacia el Frente Único de las organizaciones con que cuentan, ahora y aquí, el proletariado y la juventud.