1997. Contra el nuevo 'partenariado' social en defensa de los convenios colectivos que unifican a la clase obrera

CONTRA EL NUEVO 'PARTENARIADO' SOCIAL EN DEFENSA DE LOS CONVENIOS COLECTIVOS QUE UNIFICAN A LA CLASE OBRERA
(Publicado en Combattre pour le socialisme nº 66, febrero de 1997)
(Publicado en Germinal, 2ª época, nº 7/8, abril 1997, páginas 50 a 55)
*Primera parte: ¿Una nueva revolución industrial?
*El maquinismo
*Unas relaciones sociales
*Una contradicción fundamental del desarrollo del maquinismo
*El microprocesador: ¿Una nueva revolución industrial?
*¿El fin del taylorismo?
*La automatización flexible
*Trabajo y modo de producción
*Contrato colectivo e 'individualizado' de las relaciones laborales
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CONTRA EL NUEVO PARTENARIADO SOCIAL, EN DEFENSA DE LOS CONVENIOS COLECTIVOSQUE UNIFICAN LA CLASE OBRERA
Una campaña de propaganda a la cual se prestan numerosos especialistas, expertos e intelectuales burgueses tiende a acreditar la idea de que estaríamos viviendo un ‘cambio de civilización’, una ‘nueva revolución tecnológica’ ligada a la ‘mundialización’ de la economía. Este cambio sería equiparable a la revolución industrial de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Prometería una nueva época caracterizada por la ‘reducción del tiempo de trabajo’ y la ‘superación del asalariado’. Estos discursos recogidos por los dirigentes de las direcciones obreras no hacen sino intentar enmascarar la crisis del modo de producción capitalista que aboca a millones de proletarios y de jóvenes al paro, a la desesperación y la miseria, al tiempo que justifican el cuestionamiento de las conquistas fundamentales del proletariado.
Estos ‘teóricos’ a menudo justifican sus propuestas refiriéndose fraudulentamente a K. Marx. Este artículo se dirige pues a restituir lo que es el trabajo en el modo de producción capitalista y a refutar la idea de que la ‘nueva revolución tecnológica’ modificaría el lugar del trabajo, su contenido y su valor social. La segunda parte del artículo, que será publicada en el próximo número de CPS [y de Germinal], precisará cómo tras las ‘nuevas’ nociones de ‘competencias’, ‘contratos de actividad’, ‘maîtrise des temps sociaux’, etc. …, se esconden de hecho los objetivos de la burguesía: reducir de forma drástica el valor de la fuerza de trabajo a fin de permitir la supervivencia del modo de producción capitalista. Para ello es preciso destruir las conquistas fundamentales del proletariado que limitan la competencia entre los asalariados, reformar o destruir el Código del trabajo, avanzar hacia la destrucción de las organizaciones obreras sometiéndolas a los intereses de la patronal. El medio para conseguirlo es el desarrollo de la cogestión.
Desde hace años gran número de obras de expertos burgueses (recientemente los informes del Comisariato general del Plan dirigido por Boissonnat, Le travail dans vingt ans, la obra La fin du travail de Jeremy Rifkin prologada por Michel Rocard…) han esbozado los objetivos y el método para alcanzarlos.
En televisión, el 12 de diciembre de 1996, Jacques Chirac afirmaba:
“Es preciso adaptarse porque no estamos ahora como hace veinte años”. Y el 31 de diciembre añadía: “Corresponde al gobierno liberar las energías que reclaman serlo. Simplificando, mucho más aún, las reglamentaciones, las formalidades, el papeleo”.
En 1936 y luego en 1945, como consecuencia de poderosos movimientos revolucionarios, durante los ‘treinta gloriosos’ (porque el proletariado ha combatido sin interrupción y porque sobre la base de la economía de armamento, del crédito y de un endeudamiento colosal se desarrolló un período de acumulación de capital), la clase obrera y la juventud arrancaron numerosas conquistas. Estas conquistas que limitan la extorsión de la plusvalía, se concentran en los convenios colectivos, los estatutos nacionales y el Código de trabajo. Jacques Chirac, en nombre de la burguesía francesa, expresa la necesidad de destruirlas; son lo que denomina “reglamentaciones, formalidades y papeleo”.
En este camino el obstáculo es la potencia social del proletariado. Para evitarla, paralelamente a la introducción de ‘diálogo social’ del que participan los aparatos del movimiento obrero, la burguesía pone en marcha una vasta campaña de justificaciones ideológicas cuyo tema principal es: “las cosas han cambiado… El trabajo ya no puede ocupar el mismo lugar… Es preciso adaptarse”.
Como un eco los dirigentes de las organizaciones sindicales retoman el mismo discurso. Así, en la CGT R. Obadia y S. Salmon afirman:
“Vivimos un cambio de civilización, pero nos cuesta definirlo y pensarlo. Lo que por otra parte no es anormal. Los ingredientes son conocidos: nueva revolución tecnológica, mundialización, transformación del trabajo. En tales condiciones, el modo de regulación social que se afirmó tras la liberación y que marcó los ‘treinta gloriosos’ se muestra obsoleto”.
(Le Monde, 8-9 de septiembre de 1996)
Es preciso oponerse a estos argumentos.
1ª PARTE: ¿UNA NUEVA REVOLUCION INDUSTRIAL?
En la Contribución a la crítica de la economía política Karl Marx explica: “Una formación social no desaparece jamás antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que puede contener”. En su obra Les habits neufs de l’emploi (obra que prologó J. Delors), Bernard Bruhnes afirma que vivimos una nueva revolución industrial: tras la máquina de vapor, el microprocesador. Pero, ¿acaso la utilización de la informática permite al capitalismo escapar de sus contradicciones fundamentales, abre un nuevo estadio al capitalismo? “Estas nuevas tecnologías” de las que habla B. Bruhnes y que “no cesan de transformar la actividad de la producción”, ¿abren acaso una nueva época de desarrollo de nuevas fuerzas productivas en el marco del sistema capitalista? Para contestar a esta pregunta es preciso volver sobre el significado de la revolución industrial.
EL MAQUINISMO
Marx explicó que el punto de partida de la revolución industrial no fue la máquina a vapor (fuerza motriz) sino la máquina-herramienta:
“La máquina de vapor por sí misma tal como existía durante el período manufacturero, desde su invención a fines del siglo XVII hasta comienzos de 1780, no provocó ninguna revolución en la industria. Al contrario, lo que hizo necesarias las máquinas revolucionadas por el vapor fue la invención de la máquina-herramienta”
(El Capital, Libro I)
La máquina-herramienta consta de tres elementos: el motor que impulsa el mecanismo, la transmisión (correas, poleas, engranajes…) que transmite el movimiento a la herramienta que actúa sobre el objeto modificando su forma. En la máquina-herramienta, el instrumento (herramienta) está manejado por un mecanismo movido por energía, humana (o animal), natural (agua, viento) o artificial (vapor).
“Desde que la herramienta es reemplazada por una máquina movida por el hombre, pronto se hace necesario reemplazar al hombre de su papel de motor por otras fuerzas naturales”.
El motor y la máquina-herramienta forman entonces un conjunto independiente completamente emancipado de los brazos y de la fuerza humanos: el maquinismo.
La manufactura, parcelando las operaciones, acrecentó considerablemente la eficacia del trabajo obrero.
“El medio de trabajo adquiere en el maquinismo una existencia material que exige el reemplazo de la fuerza humana por fuerzas naturales y el de la rutina por la ciencia. En la manufactura la división del proceso de trabajo es puramente objetiva: es una combinación de obreros independientes. En el sistema maquinista, la gran industria crea un organismo de producción completamente objetivo e impersonal con el que se encuentra el obrero en el taller como condición previa a su trabajo”
(Ibid)
Sobre las bases materiales de la fábrica, la gran industria opera una transformación de la producción en una esfera industrial que arrastra una transformación análoga en las otras (industrias, agricultura, medios de comunicación y de transporte). La revolución industrial es producto del desarrollo del modo de producción capitalista.
UNAS RELACIONES SOCIALES
El auge del maquinismo (la alianza de la máquina-herramienta y de la máquina-vapor) va unido a la concentración de los medios de producción (máquina-herramienta, máquina motriz y trabajadores se concentran en el mismo lugar) y la institución de nuevas relaciones sociales que se caracterizan por la “separación radical del productor de los medios de producción”. El capital es la propiedad exclusiva de una minoría de capitalistas. La clase obrera vende su fuerza de trabajo a los poseedores de los medios de producción.
“La propiedad privada capitalista está fundada sobre la explotación del trabajo ajeno, el asalariado”
(ibid)
En el modo de producción capitalista, la fuerza de trabajo humana se erige como la principal fuerza productiva; las relaciones sociales de producción burguesa convierten justamente la cantidad de trabajo utilizada en el factor decisivo de la producción. Marx explica que en el modo de producción capitalista:
“El objetivo determinante de la producción es la plusvalía. No es pues considerado productivo más que el trabajador que proporciona una plusvalía al capitalista, es decir aquél cuyo trabajo fecunda al capital… De ahora en adelante la noción de trabajo productivo no encierra solamente una relación de actividad y efecto útil entre productor y producto sino fundamentalmente una relación social que hace del trabajo el instrumento inmediato de la valorización del capital”
(Ibid)
Las fuerzas productivas no son una cosa sino una relación social de producción entre dos clases antagonistas. Las fuerzas productivas están destinadas a valorizar el capital, a extraer de los obreros el máximo de plusvalía.
A pesar de lo que sermonean los ideólogos, la invención y la utilización de las máquinas ni tiene ni tuvo jamás como objetivo el aligerar el trabajo de los hombres.
“Como todo desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, el empleo capitalista de las máquinas no tiende sino a disminuir el precio de las mercancías, a reducir la parte de la jornada que el obrero trabaja para sí mismo a fin de prolongar la otra en que trabaja para el capitalista. Es un método particular para fabricar plusvalía relativa”
(Ibid)
Y por ello el desarrollo del maquinismo tuvo formidables consecuencias para el proletariado. En la fase ascendente del capitalismo, paradójicamente, aún expulsando el trabajo vivo (los proletarios) del proceso de producción, el impulso conferido a las fuerzas productivas fue tal que multiplicó y concentró al proletariado. Al mismo tiempo, para contrarrestar el elevado coste de las nuevas técnicas (la aceleración de sus prestaciones comportaba la de su obsolescencia) se produjo un aumento de la duración de la jornada de trabajo. Por fin se redujo el valor de la fuerza de trabajo: la disminución de las necesidades de fuerza muscular y habilidad profesional impulsó la sustitución de los hombres por mujeres y niños.
UNA CONTRADICCION FUNDAMENTAL DEL DESARROLLO DEL MAQUINISMO
El gigantesco acrecentamiento del capital constante ( C ) introdujo una modificación de la relación entre C y V (capital variable), de la composición orgánica del capital (C+V) aumentando C mientras V disminuía.
“… el empleo de la maquinaria para la producción de plusvalor implica una contradicción inmanente, puesto que de los dos factores del plusvalor suministrado por un capital de magnitud dada, un factor, la tasa del plusvalor, sólo aumenta en la medida en que el otro factor, el número de obreros, se reduce.” (El Capital, I, 496)
Ahora bien, el plustrabajo no pagado al obrero es la fuente de la plusvalía. Esta contradicción está en el origen de una de las leyes del capital: la baja tendencial de la tasa de beneficio. Ella empuja al capitalista a prolongar la jornada de trabajo o a intensificar la explotación durante la jornada de trabajo mediante políticas de productividad; o por la disminución de los salarios.
EL MICROPROCESADOR: ¿UNA NUEVA REVOLUCION INDUSTRIAL?
La utilización del término ‘revolución industrial’ a propósito de la generalización de la informática es voluntariamente abusiva. Para numerosos ‘especialistas’ se trataría de una tercera revolución industrial tras las del vapor y la electricidad y motor de explosión. Estos observadores no sólo hacen de fuerzas motrices el origen de la revolución industrial, sino que utilizan el término para enmascarar las contradicciones del modo de producción capitalista.
En un principio movida por energía humana (o animal), después por energía artificial (vapor, electricidad…), la máquina es dirigida por el hombre o efectúa movimientos simples si es autónoma. Gracias a la informática, la conducta de las máquinas-herramientas se convierte en autónoma (‘inteligente’), claro está que en los límites que fija la misma tecnología de la información. La automatización no es más que la prosecución y plenitud de la mecanización. Con la automatización no hay instauración de un nuevo modo de producción, es decir, de nuevas relaciones sociales entre los hombres. La automatización no hace más que perfeccionar, llevar hasta el límite lo que había introducido el maquinismo.
La utilización de componentes electrónicos miniaturizados, el aumento de sus capacidades, el descenso de sus precios permiten una aceleración del ritmo de la producción, el aumento de la precisión en la fabricación, considerables facilidades de adaptación a diferentes objetos de trabajo (y de trabajadores), etc.
Estos cambios son importantes. Pero son de orden cuantitativo. El alba del maquinismo desplazó la habilidad manual, hoy es desplazada la habilidad intelectual: por medio de la máquina el capital acapara cada vez más trabajo altamente cualificado y complejo. Este es uno de los factores que empuja a la burguesía a destruir la enseñanza pública, los diplomas, las cualificaciones.
Contrariamente a las afirmaciones de los aparatos y de los partidos obreros, que ven en la integración del trabajo intelectual en el proceso productivo la instauración de un ‘cambio de civilización’, de una modificación de los procesos productivos, no se puede ver en ello más que la expresión más depurada de la tendencia del capital a reemplazar el trabajo vivo por el trabajo muerto. Tras haber reducido al obrero al papel de controlador, la informatización de las empresas en el marco del modo de producción capitalista expulsa masivamente del proceso productivo al trabajo vivo, creador de valor.
¿EL FIN DEL TAYLORISMO?
La nueva revolución industrial habría entonado el réquiem por el taylorismo. El informe de la Comisión Boissonat (página 75) nota:
se da “una transformación de gran amplitud del modelo de organización industrial probablemente comparable a la que se operó hace un siglo con la racionalización tayloriana”.
¿Qué es el taylorismo? En su obra La organización de la empresa, Frederic Taylor definía la organización científica del trabajo como una actividad productiva intensificada; dicho de otra forma: la organización científica de la explotación de la fuerza de trabajo.
Las normas de producción se fundaron sobre el cronometraje del obrero más fuerte o más hábil; el trabajo fue parcelado (trabajo en cadena); se creó un cuerpo de especialistas (bureau de méthodes) que organizaban el trabajo desposeyendo así a los trabajadoresde conocimientos globales, otro cuerpo estaba encargado de vigilar el cumplimiento de las tareas y asegurar el orden patronal (los contramaestres)… Su puesta en práctica provocó despidos masivos, un formidable aumento de la tasa de explotación. (Precisemos aquí que el llamado ‘fordismo’ era la aplicación de estos métodos a una producción en masa)
El taylorismo no ha desaparecido, y así lo muestra el mismo informe, tres páginas más adelante:
“El trabajo en cadena no ha desaparecido. Se extiende incluso más allá de los 45 años, edad a partir de la cual estaba poco expandido”.
Gran número de proletarios son aún cronometrados, pagados por rendimiento; en las fábricas del grupo RVI por ejemplo, el proceso de producción está enteramente normalizado: todas las operaciones a efectuar están escrupulosamente consignadas a cada puesto de trabajo, cada obrero montador debe firmar una ficha de control para cada operación importante, se emplean grupos de mejora de la producción, la consigna del patrón es ‘respetar los procesos’. El aumento científico de la explotación de la fuerza de trabajo ha sido mantenido, reforzado, mejorado.
Obligada por el taylorismo, la clase obrera sin embargo ha combatido. Contra la parcelación de las tareas, y el trabajo a destajo ha practicado la resistencia pasiva (colas ante los cronómetros), ha reivindicado criterios objetivos, ensayos profesionales, ha defendido las cualificaciones.
LA AUTOMATIZACION FLEXIBLE
La maquinaria automática funcionaba según el principio de una regularidad invariable: los mecanismos permitían la parada automática tras cualquier disfunción. El sistema electrónico es capaz de prever, anticipar y corregir los disfuncionamientos. Introduce la flexibilidad. Puede adaptarse a variadas demandas, a cambios de programa. Es lo que J. Lojkine, intelectual ligado al PCF, llama “la automatización flexible”.
Para la burguesía se ha convertido en una necesidad una minuciosa organización del proceso de producción. Según el informe Boissonnat (página 76) la empresa de hoy ha de ser: “reactiva” (poder adaptarse a las variaciones de la demanda, funcionar en flux tendus), “flexible” (en el uso de los recursos materiales, humanos, en la organización), “integrante” (sinergia entre todos los estadios de la producción, cuestionamiento de las fronteras de la empresa, asociación de los trabajadores en la definición de la estrategia de la empresa), “comunicante” (fin de la jerarquía taylorizante, implicación de todos, polivalencia). Esto es lo que quiere abarcar el término “toyotismo”.
De esta forma, la ‘automatización flexible’ lejos de liberar al asalariado de su actividad, lejos de permitirle dominar el proceso de producción, lo somete aún más al capital, a las relaciones de producción burguesas, la ‘movilización del personal’ que reivindica la patronal no es otra cosa que una sumisión acentuada de la explotación. El informe de Antoine Riboud (PDG de BSN) Modernisation, mode d’emploi expresa este punto de vista sin ambigüedades:
“En la era de la automatización, de la robotización y de la sociedad de la información, la competitividad de las empresas juega sobre la inteligencia los asalariados, su iniciativa, su sentido de la responsabilidad y de la anticipación (…) La capacidad nominal de una máquina y el cronometraje de las tareas no significan nada en cuanto a la eficacia de la productividad… La nueva productividad, llamada ‘global’, depende enteramente de la calidad de las nuevas relaciones hombre/máquina, capital/trabajo. Si se da el rechazo, si hay fractura, o ignorancia, o angustia (…) la sanción será la pérdida de la competitividad”.
(Citado por ‘Actuel Marx’, ‘La crise du travail’ p. 48)
En el marco de las relaciones de producción capitalistas, las condiciones de trabajo se imponen al asalariado (y no a la inversa). El asalariado es un engranaje del trabajo colectivo. En los Fundamentos de la crítica de la economía política K. Marx explica:
“La acumulación del saber, de la habilidad así como de todas las fuerzas productivas del cerebro social son entonces absorbidas por el capital que las opone al trabajo: desde ahora aparecerán como una propiedad del capital o más exactamente del capital fijo en la medida en que entra en el proceso de trabajo como medio de producción efectivo”.
A través de la maquina electrónica la dominación del capital ejerce sobre el asalariado una presión de una potencia inaudita: lo que afirma Ribaud es que el asalariado debe estar totalmente disponible, su ‘inteligencia’ misma es “propiedad del capital”.
TRABAJO Y MODO DE PRODUCCION
El primer capítulo del informe de la Comisión Boissonnat comienza así:
“La amenaza que el paro hace hoy día planear sobre la sociedad francesa, nos lleva a interrogarnos sobre el lugar que ocupa el trabajo en la vida de los individuos y en la historia de las sociedades. Esta cuestión remite a otras dos: ¿qué es el trabajo? ¿Cuál es su valor?”.
La exacerbación de la crisis mortal del modo de producción capitalista ligada a la expulsión masiva del trabajo vivo (único productor de riqueza) del proceso de producción lleva a los ideólogos burgueses a multiplicar las ‘tesis’ que pretenden redefinir el trabajo. Todas tienen un punto común: abordan el trabajo en general, al margen del modo de producción, es decir de las relaciones sociales entre los hombres.
Claro está que es un olvido voluntario: todo modo de producción, toda industria está fundada sobre un cierto tipo de relaciones sociales entre los hombres. Este modo de relación es él mismo parte integrante de las fuerzas productivas. La división del trabajo sobre la que está fundada la gran industria (incluso bajo su forma automatizada) expresa una relación social de producción entre dos clases antagonistas: la clase obrera vende ‘libremente’ su fuerza de trabajo a la burguesía quien extrae el máximo de plusvalía.
Bajo otros modos de producción (antiguo, feudal) existía la explotación de la fuerza de trabajo, el trabajo asalariado tiene la particularidad de enmascararla. La “forma-salario” hace aparecer la retribución de la fuerza de trabajo (siendo su valor el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla y reproducirla) como retribución del trabajo. Bendita apariencia para la burguesía: enmascara la división de la jornada de trabajo en dos partes distintas, aquélla en la que el proletario trabaja para reproducir su fuerza de trabajo (trabajo necesario) y aquélla en la que trabaja gratis para el capital (plustrabajo). Por el contrario, el tiempo de trabajo durante el cual el esclavo no hacía más que remplazar el valor de su fuerza de trabajo aparecía como o retribuido, y el trabajo del siervo estaba netamente separado, en el espacio y en el tiempo, en su parte servil y parte necesaria.
De ello se desprende que el capitalista busca aumentar la duración del plustrabajo en detrimento del trabajo necesario especialmente mediante el aumento de la productividad, la prolongación de la jornada de trabajo, la baja de los salarios.
Aumenta la plusvalía absoluta (aumento absoluto del valor creado), esencialmente por la prolongación de la jornada de trabajo, y acrecienta la plusvalía relativa (disminución del tiempo de trabajo necesario) fundamentalmente mediante el aumento de la productividad en los sectores de fabricación de mercancías que concurren a la reproducción de la fuerza de trabajo obrera. La primera es el punto de partida de la segunda.
CONTRATO COLECTIVO E ‘INDIVIDUALIZACION’ DE LAS RELACIONES LABORALES
Contrariamente a lo que afirma el informe Boissonnat, los derechos colectivos de los asalariados no han nacido por la intervención del Estado de bienestar, no han salido de la “organización productiva tayloriana”, son producto del combate del proletariado. La naturaleza de las relaciones laborales no es una simple cuestión ‘económica’ o un ‘problema social’, se trata de una cuestión eminentemente política que deriva de una relación de fuerzas política entre las clases, de las relaciones globales entre éstas.
Hoy la burguesía emprende la ofensiva para romper los convenios colectivos, los estatutos nacionales y el conjunto del Código del trabajo que son productos de la lucha de clases que reconocen la existencia de la clase obrera como clase y su derecho a negociar su fuerza de trabajo en función de la totalidad de las posiciones que ha conquistado a su enemigo de clase. La patronal quiere substituirlos con contratos individuales, ‘contratos de actividad’ como los de ‘alquiler de servicios’ de la ley Le Chapelier que estipulaba:
“Corresponde a la convención libre de individuo a individuo el fijar la jornada para cada obrero. Corresponde al obrero mantener el compromiso que ha convenido con quien le ocupa”.
Sobre este tipo de convenios libres se encamina toda la ofensiva actual. En nombre de una autodenominada “mutación del trabajo”, la patronal incrementa la intensificación del trabajo mediante el acrecentamiento de la concurrencia entre los asalariados.
La organización participativa por objetivo, el trabajo en grupo, la polivalencia, ligadas a la evaluación individualizada de los rendimientos conducen al salario individualizado según la cantidad de trabajo.
“En el salario por tiempo el trabajo se mide por su duración directa; en el pago a destajo, por la cantidad de productos en que se condensa el trabajo durante un tiempo determinado [y esto no es lo esencial, sigue Marx] Como la calida e intensidad del trabajo están controladas aquí por la forma misma del salario, éste vuelve superflua gran parte de la vigilancia del trabajo” (El Capital, I, 673-674)
Que el salario sea pagado por piezas o por tiempo, corresponde siempre al valor de la fuerza de trabajo (y no al valor del trabajo realizado). Pero el trabajo por piezas presenta la ventaja de empujar al asalariado a intensificar su trabajo. K. Marx prosigue
“Una vez dado el pago a destajo, naturalmente, el interés personal del obrero estriba en emplear su fuerza de trabajo de la manera más intensa posible, lo que facilita al capitalista la elevación del grado normal de la intensidad. El obrero, asimismo, está personalmente interesado en prolongar la jornada laboral para que de esta manera aumente su jornal o su salario semanal” (El Capital, I, 675-676)
Hoy en día la evaluación individualizada de los rendimientos es una nueva forma del salario por piezas; el autocontrol, los círculos de calidad, los consejos de taller permiten una intensificación extrema del trabajo y la informatización es un celoso guardián patronal.
“… el mayor campo de acción que el pago a destajo ofrece a la individualidad, tiende por una parte a desarrollar dicha individualidad y con ella el sentimiento de libertad, la independencia y el autocontrol de los obreros, y por otra parte la competencia entre ellos mismos, de unos contra otros. Tiende pues a aumentar salarios individuales por encima del nivel medio y, al mismo tiempo, a abatir ese nivel” (El Capital, I, 677)
Es preciso subrayar esta última frase. Una obra de la OCDE La flexibilité du temps de travail hace notar que uno de los factores que incita a los trabajadores japoneses a no utilizar su derecho a vacaciones pagadas es la presión operada mediante la evaluación individual de rendimientos (derecho: 15,7 días de media, días tomados: 8,6 de media en 1991). Al mismo nivel hay que poner el descenso en Francia de los días de baja por enfermedad o accidente de trabajo.
El gobierno Chirac-Juppé tiene una política general: combate por establecer “nuevas relaciones en el trabajo y el empleo”. Este plan general elaborado sobre la base de numerosos estudios responde a las exigencias de la patronal e incluye los medios para su puesta en práctica.
En defensa de los intereses del imperialismo decadente, está obligado a intentar destruir todas las conquistas sociales del proletariado de las que forman parte sus organizaciones. Volveremos sobre el contenido de ese plan en un próximo artículo.
(C.P.S.66 - Febrero de 1997)

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